lunes, 13 de mayo de 2013

La extraña percepción del tiempo en el Madrid

Roberto Tamayo



El tiempo es una magnitud física igual para todos menos en la burbuja del baloncesto. Los segundos pueden convertirse en minutos eternos. Los éxitos ensanchan el pecho pero las desventuras te lo hunden hasta el punto de que se olvida el hinchazón previo. Son esas decepciones las que suelen nublar el criterio del mandamás a la hora de tomar decisiones. Admitámoslo, tomar decisiones es una tarea compleja, por eso muchos prefieren esperar a recibirlas. También es cierto que la responsabilidad va adherida al cargo. Tiempo es El Dorado que nunca encontró el Real Madrid. El ansia de trofeos que acarrea el consiguiente reconocimiento social resulta ser un pésimo compañero en viajes con escalas. Ese cortoplacismo impide formar un proyecto con un grupo humano respaldado por las altas esferas, se ganen o se pierdan finales. Después de muchos tumbos, el Madrid tiene un plan. Y eso se merece confianza y paciencia.
Anoche observamos la bipolaridad del conjunto blanco, aunque la fase depresiva llegó provocada por la voracidad competitiva de un equipo mentalmente indestructible. El Madrid firmó una puesta en escena imponente, de las que se recordarán durante años. Pero el Olympiakos es inmune al miedo desde que el año pasado ganó la Euroliga después de remontar 19 puntos en 12 minutos. La experiencia te aporta ese grado de pausa que se necesita en medio de un tsunami. Con 17 puntos abajo no cambiaron sus rostros. La frialdad del que ya ha navegado con éxito en mar revuelto. La victoria de los griegos es el triunfo del colectivo sobre las inversiones faraónicas. De los 12 jugadores, solo Spanoulis y Papanikolaou están entre los 15 o 20 más virtuosos del Viejo Continente. El mayor acierto del Olympiakos es construir en función de un solo ego, el del equipo.

La derrota ha sido un azote lapidario para un aluvión de entrenadores y jugadores del Madrid. Este equipo dirigido por Pablo Laso ha acumulado derrotas y tampoco es una máquina de ganar títulos. De los siete que ha disputado en el último año y medio ha levantado dos trofeos. Llegar a una final nunca se venderá como una victoria en la casa blanca. Más allá de esos éxitos y de que se plantara en una final de Euroliga 18 años después, el gran triunfo del Madrid es que se le reconoce y respeta por su juego y no por sus vitrinas. Esta plantilla tiene una hoja de ruta que divierte a los madridistas y engancha a los que no lo son. Ningún estilo de juego asegura títulos pero la apuesta del Madrid por una filosofía rumbosa ha conseguido revertir una problemática que parecía anquilosada: entusiasmar a su afición y llenar el Palacio de los Deportes. El seguidor merengue sabe a qué juega su equipo y sabe que va a pasar un buen rato y que su equipo vencerá en un alto porcentaje. No olvidemos que hace no tanto cada partido de los blancos era una moneda al aire.

Ganar siempre es importante, más aún en un club como el Madrid. Pero es más importante hacerlo de forma regular que gastar toda la traca en uno o dos años y deambular luego por la estepa. La mitad de la plantilla cumple su tercer año compartiendo vestuario y el entrenador conoce la casa (jugó un par de temporada en los noventa). Unos cimientos que hace lustros que no sujetan a la sección de baloncesto. Es evidente que tiene que apuntalar las posiciones de alero y de pívot, pero sin hacer ruido.

El deporte siempre te ofrece una revancha, aunque también es una disciplina que no conoce fondo. La siguiente misión será ganar la Liga Endesa, un título que no levanta desde 2007. Será interesante observar cómo se gestiona el bajón emocional de la derrota en Londres.


1 comentario:

  1. El partido fue emocionante hasta los últimos 3 minutos. La técnica, no sé si bien o mal pitada porque mis conocimientos no llegan a tanto, puso a los griegos en el disparadero de la victoria y el Madrid dio un bajón que no se lo podía permitir.
    Estoy de acuerdo en que hay que darle a Lasso un par de años más. El vestuario también necesita su tiempo, no sólo los partidos.

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