viernes, 8 de febrero de 2013

El furor competitivo del Barça descifra el miedo a ganar del Madrid

Roberto Tamayo




La epopeya que se escribió anoche en Vitoria tiene reservada una butaca privilegiada en el Olimpo de la Copa del Rey. El espectáculo fue majestuoso, con un guion tan retorcido como cautivador. El Barcelona ganó el partido más memorable del siglo XXI mientras que el Madrid se quedó a un rebote de alcanzar la gloria. Así es el basket. Maravilloso. Lo de ayer fue la mejor campaña de promoción que se podía articular. Los amantes del baloncesto, independientemente de los colores, saltaron, gritaron, rieron, se lamentaron, celebraron y lloraron. Aquellos que no son asiduos a este deporte también gozaron de un deporte que alcanzó ayer su máxima expresión. Los blancos acariciaron el triunfo en dos ocasiones, pero se olvidaron de echar la llave y el Barça tiró de picardía para penalizar los regalos merengues. El umbral del deber bien hecho y el fracaso se situó en un rebote.

No existe ningún análisis científico que exponga los motivos por los que el Madrid no fue ese equipo equipo decidido, alegre y tenaz. Algunos dirán que pesó la responsabilidad, otros mantendrán que fue el exceso de confianza. Ambos factores coexistieron, pero hay un patrón que se repite cuando se enfrentan Barcelona y Madrid. El equipo blaugrana sabe competir con mayor eficacia en partidos de tronío. Se vio en la final de liga de la temporada anterior cuando los blancos acorralaron a su rival hasta la extenuación pero no remataron al herido. Y el Barça, cuyos jugadores atesoran un bazar de títulos, descifra esa falta de instinto (también conocido como miedo a ganar).

Al contrario de lo que sucedió en dicha final, el Madrid estuvo gris durante gran parte del encuentro de ayer. Parecía tener la confianza de que su momento llegaría y entonces serían imparables como están siendo en la Liga Endesa y en la Euroliga. El Barcelona tuvo más clara la hoja de ruta y no se desvió del camino merced a un Marcelinho Huertas soberbio y un Pete Mickael imperial. Dominó el 70% del duelo y supo castigar las pésimas decisiones merengues para cerrar el partido. Ante Tomic, desaparecido durante 37 minutos, se presentó cuando más apretaba la soga y liquidó a sus excompañeros con 13 minutos talento y sangre fría.

Pablo Laso, brillante en tantos envites, nunca atinó con la rotación. Daba la sensación de que el Madrid siempre llegaba tarde. Sergio Rodríguez estuvo demasiados minutos en el banquillo y el juego interior madridista abdicó tras el descanso. Sin embargo, el Barça también demostró cierto miedo a ganar y entregó a los madridistas la posibilidad de enterrarles. Los capitalinos vacilaron y lo pagaron. Con Rudy dimitido en los segundos decisivos, Llull, que había clavado un par de triples vitales, se extralimitó en algunas decisiones y recordó al jugador sobrerevolucionado de años atrás.

El Barça se desmarcó de su habitual 'Navarrodependencia' y venció a pesar de una tarde noche aciaga desde el triple (4/22). La confianza del Madrid en su tino desde la línea de 3 le llevó a obcecarse y no saber elegir los momentos para lanzar. Tiraron 39 triples y anotaron 13.

El baloncesto es tan bonito como cruel. La frontera entre cumplir el expediente y el fracaso la marcó ayer un rebote. Es cierto que antes se habían fallado tiros libres, demasiados para un duelo con este pedigrí, se habían perdido balones y se habían seleccionado malos lanzamientos. Pero si el Madrid agarra ese rebote, el gremio hablaría de desenlace esperado. Sin embargo, el rechace cayó en manos culés y se habla de fracaso madridista. Y con razón.





1 comentario:

  1. En estos encuentros más vale la picardía y estar atento a los rebotes: NO TODO ES ENCESTAR. Convendría que Pablo Laso se pasara por el relojero, su reloj va con retraso y así no se puede ganar. Todavía quedan partidos y conviene no perder más, querido Pablo.

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